martes, 29 de octubre de 2013

¿Por qué decimos qué?

EL QUE SE FUE A SEVILLA, PERDIÓ SU SILLA


Cuentan que durante el reinado en Castilla de Enrique IV, de Trastámara, un sobrino de don Alonso de Fonseca y Arzobispo de Sevilla,  fue a su vez designado arzobispo de Compostela.  Suponiendo el tío que, a causa de las revueltas que agitaban Galicia, a su sobrino le costaría mucho tomar posesión de su cargo, se ofreció para adelantarse a Santiago para allanarle las dificultades, pero a cambio, le pidió a su sobrino que lo reemplazase en los negocios de su sede en Sevilla.

Efectivamente, así se hizo y con el mejor resultado, de manera que una vez que don Alonso, concluida la gestión, regresó a Sevilla, se halló con la desagradable sorpresa de que su sobrino se resistía a abandonar la sede que regenteaba, alegando que el arreglo había sido permanente. Para reducirlo, se hizo necesaria la intervención del Papa y hasta la del propio rey Enrique.

De aquel suceso, muy comentado en su tiempo, nació el dicho que seguramente en su origen debió ser el que se fue "de" Sevilla, perdió su silla y no como lo conocemos hoy, el que se fue "a" Sevilla, perdió su silla, porque en realidad, don Alonso no fue a Sevilla sino a Santiago de Compostela, para lo cual debió irse de Sevilla y... dejar su silla. 


Así lo entendemos hoy, como aquél que ha perdido su sitio, su lugar, su oportunidad. 

Sin duda, la expresión del día. 


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